lunes, 16 de junio de 2008

miércoles, 4 de junio de 2008

El puerto


El puerto se situaba en la desembocadura de un río en el que, según algunas leyendas, yacía una cantidad inimaginable de plata. Un hombre estaba dando vueltas alrededor del puerto mientras meditaba sobre su situación económica. Juan vivía de la pesca, pero últimamente estaba teniendo unos cuantos problemas. Hacía más de una semana que no podía trabajar debido a la escasez de combustible para su barco. Estaba desesperado, ya que sabía que le descontarían ese tiempo perdido de su sueldo, y, junto a la fuerte subida de los precios de los alimentos, temía no poder alimentar a su esposa y a sus 3 hijos. Varias veces intentó hablar con su jefe para que le subiera el sueldo, pero aún así, tenía una gran traba: trabajaba en negro. Hacía ya 15 años que hacía lo mismo y estaba cansado, pero no podía dejar su empleo. Sabía que trabajar en esas condiciones le impediría obtener una jubilación, y que si sufría algún accidente nadie lo ayudaría, pero no tenía otra alternativa. Cuando había aceptado el empleo, no se le había ocurrido pensar en las consecuencias que tendría en el futuro, y, cuando se dio cuenta, fue demasiado tarde. Aún así, su preocupación se debía también a la contaminación del río donde pescaba. Era bastante frecuente encontrar basura acumulada en las orillas del río, y, en algunas ocasiones, la red que usaba traía bolsas y latas que la gente había tirado sin importarle lo más mínimo el medio ambiente. Juan se sentó y miró al horizonte. Estaba anocheciendo y el sol desaparecía lentamente, engullido por el agua. Juan suspiró y, después unos minutos de silencio, se fue tristemente hacia su casa, deseando que todo fuera un sueño del que despertaría al día siguiente.

lunes, 2 de junio de 2008

CHACO

AGENDA: RECORDEMOS TRAER ALGO PARA COLABORAR CON NUESTROS APADRINADOS DEL CHACO, ESTE MIÉRCOLES 4 DE JUNIO...

domingo, 1 de junio de 2008

Playa de Mazo










Nunca más

Como todos los jueves, la Playa de Mazo desbordaba; la multitud de mujeres que la ocupaban reclamaba y reclamaba la reaparición de su bien más preciado: los libros. Lo único que las mantenía en pie era la esperanza de reencontrar sus libros. El rector, el acusado de las desapariciones, una persona muy fría, no mostraba ningún remordimiento frente a la desesperación de las mujeres postradas en la Playa frente a su escuela. Una escuela que le estaba costando mucho mantener libre de insurrectos.

Según el rector, los libros no habían desaparecido sino que las mujeres los habían escondido para manchar su reputación. Estas con su sombrero de color blanco que las caracterizaba, exigían que el rector sacara a la luz el paradero de los libros.

Los libros habían sido trasladados a bibliotecas clandestinas luego de haber sido secuestrados de las casas por los preceptores, empleados del rector vestidos con su uniforme color verde. En estos lugares los libros eran maltratados, les arrancaban hojas, los manchaban, les tachaban pasajes enteros porque no eran del agrado del rector, y a los que no se daban a torcer los quemaban, si los quemaban, un acto de barbarie que no puede justificarse, un acto atroz cometido con el único objetivo de cambiar el mensaje, el inocente mensaje de libertad, de justicia.

Tiempo después el mandato del rector culminó, dada la presión de la gente y unas malas decisiones; ese fue tiempo de alegría para muchos pero no para las mujeres de Playa de Mazo que recuperaron una muy pequeña cantidad de libros y siguen hasta hoy reclamando la reaparición de sus añorados textos. Esperemos que algún día se conozca el paradero de estos y que nunca más suceda una tragedia como esta.


El restaurante

El restaurante

Los cocineros se reunieron alrededor de la mesa para conversar la situación. Hacía dos meses que el dueño del restaurante y chef del mismo había decidido aumentar los precios de un 20% a causa del aumento de precios de los alimentos, y sin embargo, nada había cambiado para ellos. Sus salarios eran los mismos, los utensilios de la cocina seguían desgatados de tanto uso, sólo tres de los cinco hornos que había funcionaban correctamente y la cantidad de horas de trabajo no habían sido disminuidas. Las promesas del chef de mejorar la calidad de sus productos no habían sido cumplidas tampoco.

Después de dos meses de ilusiones, tenían que hacer algo. En silencio, se miraban las caras entre todos, hasta que el sous-chef irrumpió: “Tenemos que hacer algo para revertir la situación, esto no puede seguir así.” “Totalmente” agregó el repostero “Además, nos está robando. Él no hace nada, pasa únicamente dos veces al día para darnos órdenes inútiles, este restaurante es nuestro. Sin nosotros, el dueño no tendría nada.” “¿Y qué creen que podríamos hacer para mejorar nuestra situación?” preguntó uno de los cocineros. “Podríamos dejar de cocinar por un tiempo para que se concientice y entienda que merecemos más de lo que nos da”. “Sí, como un paro”, agregó el sous-chef. Todos los cocineros levantaron la voz comentándoles a sus compañeros más cercanos lo que opinaban sobre el paro.

De pronto, la puerta del restaurante se abrió: era el chef. “Señores. Yo sé la causa por la que se reunieron hoy aquí, y quiero decirles que para beneficiarlos, llegué a la conclusión de que había que arreglar la puerta de la cocina que cruje notablemente. Mañana mismo viene mi carpintero de confianza para arreglarlo.” “Pero esto es una injusticia, hace cinco años que me viene pagando el salario mínimo y además se cree que me va a comprar con una puerta. Nosotros queremos que se respete nuestro trabajo, nuestros valores. ¿Sabe qué? Me cansé, me cansé de este lugar, de sus hornos que no andan, de su cocina venida abajo, me cansé de usted, así que me voy. Suerte con su puerta” se enojó el sous-chef. “Si, la verdad que yo también me cansé, renuncio.” Agregó uno de los cocineros. Y así sucesivamente, se fueron retirando uno por uno, dejando al chef totalmente sólo en el salón. “Pensándolo bien, les tendría que haber ofrecido arreglar el techo del baño también porque el sueldo que les pagaba era muy bajo y dudo de que alguien acepte trabajar por el mismo salario la misma cantidad de horas que ellos. Bueno, tengo que mantener la calma, respirar hondo, voy a tener que cerrar mi restaurante y pagar todas mis deudas de alquiler. Mis próximos años se verán en una profunda crisis económica, pero no pasa nada, tengo que respirar hondo y mantener la calma. Aunque podría pedirle más plata al banco y abrir una panchería, eso no estaría nada mal, aunque pensándolo bien, un kiosco…” y siguió hablando solo mientras se dirigía hacia la salida del restaurante.