sábado, 28 de febrero de 2009

Cronistas de Indias 0, influencias: Marco Polo
















Marco Polo: sus viajes

En el siglo Xlll, Europa se entregaba a un comercio creciente en el Cercano Oriente. Su desarrollo urbano había incrementado la demanda de bienes, y surgió una nueva clase media de mercaderes en las ciudades. Ninguna más propicia para las empresas comerciales que Venecia, situada de modo ideal en el Adriático, vuelta hacia el este. Allí nació Marco Polo en 1254. Unos meses antes, su padre Nicolo y su tío Maffeo, mercaderes de joyas, emprendieron un viaje de negocios a Constantinopla. Finalmente, llegaron a Bújara, muy adentro de las tierras gobernadas por los mongoles. Allí pasaron tres años. Al fin, el enviado de un potentado local invitó a Nicolo y a Maffeo a acompañarlos a la corte de Kublai Kan en China. Los Polo aceptaron el ofrecimiento de aquel señor, dichosos de salir de Bújara sin problemas.

En 1265, Nicolo y Maffeo fueron recibidos por Kublai, nieto del gran constructor del imperio, Gengis; eran los primeros que visitaban China y eran presentados en la corte imperial. Kublai mostró interés en el cristianismo, entonces, al partir los Polo, les pidió que llevaran una carta al Papa, solicitando que enviara 100 sabios sacerdotes a la corte mongol. Invitó cordialmente a los hermanos a que volvieran a China con aquellos hombres y les dio una tablilla de oro inscrita que les garantizaría el retorno seguro a su patria.

En 1269, volvieron a Venecia. Nicolo supo entonces, que su esposa había muerto al dar a luz a un hijo, Marco, que había encomendado a unos parientes. Marco, con sus 15 años, era bueno y listo, y Nicolo decidió llevarlo consigo cuando regresara a la corte de Kublai. En 1271, Marco salió por mar de Venecia con su padre y su tío, rumbo a Catay.

Los esfuerzos del Papa para satisfacer la solicitud de Kublai habían fracasado: sólo dos frailes se decidieron a unirse a los Polo. Ya en camino, los religiosos, fingiéndose enfermos, volvieron atrás y los venecianos siguieron solos.

El Gran Kan mandó salir a su encuentro, y dio órdenes para que en todos los lugares por donde pasaran se les proporcionase todo lo necesario. En el verano de 1275, entraron los Polo en la ciudad mongol de Shangtu. El espléndido palacio veraniego del Kan, de piedra y mármol, ocupaba 41 kilómetros cuadrados de parque, regado por muchos riachuelos y poblado de ciervos y otros animales de caza, que el monarca cazaba con guepardos y halcones. Sentado en un enorme salón dorado, esperaba a los Polo uno de los gobernantes más notables de la historia. Su imperio, el mayor que el mundo ha visto, se dilataba desde Hungría hasta la costa de China. Su figura, ataviado con una túnica de seda que los bordados de oro endurecían, era imponente.

Shangtu era la residencia veraniega del Kan. La capital principal de Kublai estaba a unos 300 kilómetros al sur, en Kambalik (el Pekín actual). Era una ciudad más espléndida que Shangtu, con palacios de mayor magnificencia aún. A fines de agosto, Kublai y su corte volvieron a Kambalik, y los Polo fueron también.

Miembro del séquito del Kan, Marco conoció íntimamente la casa imperial. Kublai vivía con suntuosidad. Había adoptado muchas costumbres chinas y recibía a sus invitados al estilo chino más grandioso. En los banquetes, donde a menudo había miles de comensales, se servían por lo menos 40 platos de carnes y pescados, 20 variedades de verduras, 40 clases de frutas y dulces y enormes cantidades de leche y vino de arroz.

Kublai tenía cuatro esposas legítimas, cada una con una corte de 10 .000 personas. Todas ellas tenían el título de emperatrices y en las ceremonias oficiales una ocupaba un lugar de honor junto al Kan. Kublai tenía además centenares de concubinas, y cada par de años adquiría 30 ó 40 más. Marco se enteró de que eran cuidadosamente seleccionadas en cuanto a belleza, y observó que "duermen tranquilamente, no roncan, tienen aliento dulce y están libres de olores desagradables". Los padres consideraban un honor que sus hijas fueran elegidas, pues muchas veces el Kan daba sus concubinas por esposas a los nobles de la corte.

También servía al Kan un cuerpo de diabólicos astrólogos. Marco Polo se refiere a ellos con gran desaprobación: "Se muestran en un estado sucio e indecente. Por añadidura, son adictos a la horrenda práctica de asar y devorar el cuerpo de los condenados a muerte Tan peritos son en su infernal arte, que puede decirse que hacen lo que quieren, y mencionaré un caso, aunque se sale de los límites de lo creíble. Cuando el Gran Kan está comiendo en su salón la mesa que hay en el centro se halla a una altura de ocho codos*, y a cierta distancia hay un aparador grande, donde están dispuestas todas las vasijas para beber. Pues bien, por obra de su arte sobrenatural, hacen que las vasijas de vino, leche o cualquier otra bebida llenen las tazas espontáneamente, sin que las toquen los sirvientes y las copas recorren por el aire diez pasos hasta la mano del Gran Kan. Cuando las ha apurado, regresan al lugar de donde vinieron.

Aquellos brujos de quienes se contaba que controlaban el estado atmosférico, impresionaban tanto al Kan, que dijo a los Polo que el cristianismo no le interesaría a menos que contara con análogos hacedores de milagros.

Lo mismo que Venecia, Kinsai estaba construida entre canales, pero sus dimensiones y magnificencia hacían que Venecia pareciera un poblado. Kinsai, informa Marco, tenía 160 kilómetros de circunferencia. Había no menos de 12. 000 puentes sobre los canales, y la calle principal, que cruzaba la ciudad de punta a punta, medía 40 pasos de anchura. La calle estaba interrumpida por enormes plazas rodeadas de altas casas y tiendas donde se vendían vinos, especias, joyas y perlas. Dos o tres veces por semana, en cada plaza se reunían unos 50 000 comerciantes y compradores. Marco lo describe: "Abundan las piezas de caza de todo género, esto es, corzos, ciervos, gamos, liebres, conejos, perdices, faisanes, codornices, gallinas, capones y tantos patos y ocas que no alcanzan las palabras ...”

"Hay en todo tiempo, en dichas plazas, toda clase de hierbas y frutas y, sobre todo, unas peras grandísimas que pesan cinco kilos cada una, blancas por dentro como una pasta y olorosísimas. También hay duraznos amarillos y blancos muy delicados... Cada día llega [del mar] gran cantidad de pescado ... y también abunda el del lago ... de diversas clases según las estaciones del año."

A Marco Polo le fascinaron los baños públicos, de agua sin calentar, adonde los chinos concurrían a diario. Al parecer consideraban los baños de agua fría "muy conducentes a la salud". Sin embargo, también había baños de agua caliente "para los extranjeros, que no soportan la impresión del frío".

Marco llegó a Birmania, región desconocida para los europeos y que sólo fue explorada seis siglos después. En aquella remota zona, vio gente que se forraba de oro los dientes y hombres tatuados de pies a cabeza.

La curiosidad de Marco lo llevó a describir tierras, pueblos y otros temas de que los europeos hasta entonces no tenían la menor noticia: desde una descripción del rinoceronte (al que llamó unicornio) hasta una favorable biografía de Buda..

Según unos amigos, alguien preguntó a Marco agonizante si no querría al fin suprimir de su relato "todo lo que fuese más allá de los hechos". Parece ser que él contestó: "No he contado ni la mitad de lo que vi."

Unos 200 años después, uno de los lectores de Marco Polo se lanzó a buscar una ruta occidental al Oriente, llevando consigo un ejemplar cuidadosamente anotado de los Viajes. Cristóbal Colón no encontró Japón ni China, pero la inspiración que debió a Marco Polo lo llevó a otro mundo nuevo.